lunes, 3 de septiembre de 2012

Medida del sufrimiento de E. M. Cioran

HAY SERES QUE SE HALLAN CONDENADOS a saborear únicamente el veneno de las cosas, seres para quienes toda sorpresa es dolorosa y toda experiencia una nueva tortura. Se dirá que ese sufrimiento tiene razones subjetivas y procede de una constitución particular: ¿pero existe un criterio objetivo para evaluar el sufrimiento? ¿Quién podría certificar que mi vecino sufre más que yo mismo, o que nadie ha sufrido más que el Cristo? El sufrimiento no es objetivamente evaluable, pues no se mide por signos exteriores o trastornos precisos del organismo, sino por la manera que tiene la conciencia de reflejarlo y de sentirlo. Pero, desde ese punto de vista, las jerarquizaciones resultan imposibles. Todo el mundo preservará su propio sufrimiento, que considera absoluto e ilimitado. Incluso tras evocar todos los sufrimientos de este mundo, las más terribles agonías y los suplicios más refinados, las muertes más atroces y los abandonos más dolorosos, todos los apestados, los quemados vivos y las víctimas lentas del hambre, ¿disminuiría por ello nuestro sufrimiento? Nadie podrá consolarse en el momento de su agonía mediante el simple pensamiento de que todos los hombres son mortales, de la misma manera que, enfermos, no podríamos hallar un alivio en el sufrimiento presente o pasado de los demás. En este mundo orgánicamente deficiente y fragmentario, el individuo tiende a elevar su propia existencia al rango de lo absoluto: todos vivimos como si fuéramos el centro del universo o de la historia. Esforzarse por comprender el sufrimiento ajeno no disminuye en nada el nuestro propio. En este tema, las comparaciones carecen del mínimo sentido, dado que el sufrimiento es un estado de soledad íntima que nada exterior puede mitigar. Poder sufrir sólo es una gran ventaja. ¿Qué sucedería si el rostro humano expresara con fidelidad el sufrimiento interior, si todo el suplicio interno se manifestara en la expresión? ¿Podríamos conversar aún? ¿Podríamos intercambiar palabras sin ocultar nuestro rostro con las manos? La vida sería realmente imposible si la intensidad de nuestros sentimientos pudieran leerse sobre nuestra cara.

Nadie se atrevería entonces a mirarse en un espejo, pues una imagen grotesca y trágica a la vez mezclaría los contornos de la fisionomía con manchas de sangre, llagas permanentemente abiertas y regueros de lágrimas irreprimibles. Yo experimentaría una voluptuosidad llena de terror observando, en el seno de la confortable y superficial armonía cotidiana, la explosión de un volcán que arroja llamas ardientes como la desesperación. ¡Observar cómo la mínima llaga de nuestro ser se abre irremediablemente para transformarnos por entero en una sangrienta erupción! Sólo entonces percibiríamos las ventajas de la soledad, la cual vuelve mudo e inaccesible el sufrimiento. En el estallido del volcán de nuestro ser, ¿bastaría el veneno acumulado en nosotros para envenenar al mundo entero?

E. M. Cioran, En las cimas de la desesperación.

viernes, 28 de octubre de 2011

La filosofía se hace planteando preguntas...

Thomas Nagel
¿Qué significa todo esto?

EL NÚCLEO DE LA FILOSOFÍA consiste en ciertas cuestiones que la reflexiva mente humana encuentra naturalmente embrolladas, y la mejor manera de iniciar el estudio de la filosofía es pensar en ellas de manera directa. Una vez que lo hayas hecho, estarás en mejor posición para apreciar la obra de otros que han tratado de resolver los mismos problemas.

La filosofía se distingue de la ciencia y de las matemáticas. A diferencia de la ciencia, no se apoya en la experimentación o la observación, sino sólo en el pensamiento. Y, a diferencia de las matemáticas, no tiene métodos formales de comprobación. La filosofía se hace únicamente planteando preguntas, razonando, poniendo a prueba ideas y pensando en posibles argumentos en contra de las mismas, y reflexionando en cómo funcionan realmente nuestros conceptos.

El principal interés de la filosofía es cuestionar y entender las ideas más comunes que todos usamos a diario sin pensar en ellas. Un historiador puede preguntarse qué ocurrió en algún tiempo pasado, pero un filósofo preguntará: "¿Qué es el tiempo?" Un matemático puede investigar las relaciones entre lo números, pero un filósofo preguntará: "¿Qué es un número?" Un físico puede preguntar de qué están hechos lo átomos o qué explica la gravedad, pero un filósofo preguntará cómo podemos saber que existe algo fuera de nuestras mentes. Un psicólogo puede investigar cómo aprenden un lenguaje los niños, pero un filósofo preguntará: "¿Qué hace que una palabra signifique algo?" Cualquiera puede preguntar si es malo entrar furtivamente en un cine sin haber pagado, pero un filósofo preguntará: “¿Qué hace que una acción sea buena o mala?"

No podríamos arreglárnoslas en la vida sin dar casi siempre por sentado las ideas de tiempo, número, conocimiento, lenguaje, bueno y malo; pero en filosofía investigamos esas cosas de suyo. El objetivo es hacer un poco más profundo nuestro entendimiento del mundo y de nosotros mismos. Obviamente, no es tarea fácil. Entre más básicas sean las ideas que trates de investigar, menos serán las herramientas de que dispongas para trabajar. No hay mucho que puedas presuponer o dar por sentado. Así, la filosofía es una actividad bastante vertiginosa, y pocos de sus resultados permanecen incuestionables por mucho tiempo.

Thomas Nagel
¿Qué significa todo esto?,


domingo, 4 de septiembre de 2011

El valor de la filosofía está en su propia incertidumbre

Bertrand Russell;
"
Los problemas de la filosofía,
'El valor de la filosofía'" [Fragmento]


LA FILOSOFÍA, COMO CUALQUIER OTRA MATERIA, APUNTA PRINCIPALMENTE AL CONOCIMIENTO. El conocimiento al que apunta es el tipo de conocimiento que unifica y sistematiza al cuerpo de las ciencias, y del tipo que resulta desde un examen crítico de las bases de nuestras convicciones, prejuicios y creencias. Mas no se puede sostener que la filosofía en cualquier medida haya tenido éxito en sus intentos para dar respuestas definitivas a sus preguntas. Si usted le pregunta a un matemático, a un geólogo, a un historiador, o a cualquier otro hombre de ciencia, qué cuerpo definitivo de verdades ha sido logrado por su ciencia, su respuesta será tan larga como usted esté dispuesto a escuchar. Pero si le hace la misma pregunta a un filósofo, él deberá, si es inocente, confesarle que su estudio no ha producido resultados positivos tal como han sido alcanzados por otras ciencias. Es verdad que debe ser tomado en cuenta el hecho que, tan pronto como un conocimiento definitivo con respecto a cualquier tema se hace posible, este sujeto cesa de ser llamado filosofía y se hace una ciencia en sí. […]


"la incertidumbre filosófica es más aparente que real: aquellas preguntas que son capaces de ofrecer respuestas definitivas son consideradas ciencias, mientras que aquellas de las que, en el presente, no se tiene una respuesta definitiva permanecen en lo que llamamos filosofía"



Esto es, sin embargo, sólo una parte de la verdad con respecto a la incertidumbre de la filosofía. Hay muchas preguntas – y entre ellas las que son del más profundo interés para nuestra vida espiritual – que, tan lejos como podemos ver, deben permanecer sin solución al intelecto humano a menos que su potencial se convierta en algo totalmente distinto de lo que es ahora. ¿Tiene el universo algún plan unificador o propósito, o es tan sólo una fortuita interacción de sus átomos? ¿Es la conciencia una parte permanente del universo, dando esperanza al crecimiento indefinido de la sabiduría, o es sólo un accidente transitorio dado en un pequeño planeta en el que la vida algún día será imposible? ¿Son el bien y el mal de importancia para el universo o sólo para los hombres? Son estas preguntas las que se hace la filosofía, y sus respuestas son de tal variedad como diversidad de filósofos hay. Mas parece ser que, independientemente de si las respuestas a estas preguntas son capaces de ser descubiertas o no, las respuestas sugeridas por la filosofía no pueden ser demostradas como verdaderas. Aunque, a pesar de que la esperanza sea escasa para poder descubrir una respuesta, es parte del asunto de la filosofía continuar con el estudio de tales preguntas, para hacernos conscientes de su importancia, para examinar todas las aproximaciones a ellas, y para mantener con vida el interés especulativo en el universo, que es capaz de ser destruido por nuestro confinamiento al conocimiento cierto y definitivo. […] 

El valor de la filosofía deberá ser buscado, de hecho, mayormente en su propia incertidumbre. El hombre que no posea de ni siquiera un nimio conocimiento de la filosofía transita a través de la vida encarcelado en los prejuicios derivados del sentido común, en las creencias habituales de su tiempo o de su patria, y en las convicciones que se han desarrollado en su mente sin la cooperación o consentimiento de su deliberada razón. Para tal hombre el mundo tiende a hacerse definitivo, finito, obvio; los objetos comunes no le producen dudas, y las posibilidades extrañas son rechazadas con desdén. Tan pronto cuando empezamos a filosofar, al contrario, encontramos, que inclusive las cosas más comunes nos llevan a los problemas de los que sólo se pueden dar respuestas incompletas. La filosofía, a pesar de no ser capaz de decirnos con certidumbre cuál es la respuesta correcta a las dudas que plantea, es capaz de sugerir muchas posibilidades que amplían nuestros pensamientos y los libera de la tiranía de lo común. Así, mientras que nuestro sentimiento de certidumbre con respecto a lo que las cosas son se ve disminuido, incrementa de forma importante nuestro conocimiento de lo que pudieran ser; remueve ese dogmatismo algo arrogante de aquellos que nunca han viajado a la región de la duda liberadora, y mantiene con vida nuestra capacidad de asombro por medio de mostrarnos el aspecto extraño que las cosas familiares tienen. 

Aparte de su utilidad para mostrarnos posibilidades impensadas, la filosofía tiene el valor – tal vez el más importante y precisamente por la grandeza de los objetos que contempla – de liberarnos de las metas angostas y personales que resulta de esta contemplación. La vida del hombre instintivo está encerrada en el círculo de sus intereses privados: familia y amistades se pueden incluir, pero el mundo exterior no es tomado en cuenta a menos que ayude o estorbe lo que esté dentro del círculo de los deseos instintivos. En tal vida hay algo febril y confinado en comparación con la vida filosófica, que es calma y libre. El mundo privado de los intereses instintivos es muy reducido, ubicado en medio de un mundo grande y poderoso que deberá, tarde o temprano, reducir a ruinas nuestro mundo privado. A menos que podamos ampliar de tal manera nuestros intereses que incluyan la totalidad del mundo exterior, permaneceremos como en una guarnición de una fortaleza sitiada, sabiendo que el enemigo nos impide la escapatoria y que la rendición final es inevitable. En tal vida no hay paz, sino la lucha constante entre el deseo insistente y la impotencia de la voluntad. De una forma u otra, si queremos una vida maravillosa y libre, debemos escapar a esta prisión y a esta lucha. […] 

La mente que se ha acostumbrado a la libertad e imparcialidad de la contemplación filosófica preservará algo de la misma libertad e imparcialidad en el mundo de la acción y la emoción. Verá sus propósitos y deseos como parte de un todo, con la ausencia de la insistencia en que esos resultados deben ser vistos como fragmentos infinitesimales en un mundo en donde lo demás permanece sin afectación por cualquier acción del hombre. La imparcialidad que, en la contemplación, es el deseo de la verdad sin contaminación, es la misma cualidad de la mente que, en acción, es justicia, y en emoción es ese amor universal que puede ser dado a todos, y no sólo a aquellos que son juzgados como útiles o admirables. Así la contemplación amplía no sólo los objetos de nuestros pensamientos, sino también los objetos de nuestras acciones y afectos: nos hace ciudadanos del universo, no sólo de una ciudad amurallada en guerra con los demás. En esta ciudadanía del universo consiste la verdadera libertad del hombre, y su liberación de la esclavitud de las estrechas esperanzas y miedos. 

Así, para sumar a nuestra discusión sobre el valor de la filosofía, la Filosofía debe ser estudiada, no en nombre de cualquier respuesta definitiva a sus preguntas, ya que ninguna respuesta definitiva puede, como regla, ser conocida como verdadera, sino en nombre de las preguntas en sí mismas; porque estas preguntas amplían nuestra concepción de lo que es posible, enriquecen nuestra imaginación intelectual y disminuyen la seguridad dogmática que encierra a la mente y la previene de la especulación; pero más que nada porque, a través de la grandeza del universo que contempla la filosofía, la mente también participa de esa grandeza y se hace capaz de esa unión con el universo que constituye su más alto bien. 

Bertrand Russell;
"Los problemas de la filosofía"

lunes, 29 de agosto de 2011

¿De qué nos sirve?

Simon Blackburn; "Pensar" [Fragmento]

LA REFLEXIÓN NO ES LO QUE MUEVE EL MUNDO. No nos da de comer ni hace que vuelen los aviones. ¿Por qué no dejamos a un lado los problemas de la reflexión y seguimos adelante con lo demás? Me gustaría esbozar tres tipos de respuesta, de distinto nivel de abstracción: alto, medio y bajo.

La respuesta de alto nivel cuestiona la propia pregunta —una estrategia típicamente filosófica, porque implica subir un grado de reflexión—. ¿Qué queremos decir cuando preguntamos de qué nos sirve? La reflexión no da de comer, pero tampoco la arquitectura, la música, el arte, la historia o la literatura.

Deseamos comprendernos a nosotros mismos, eso es todo. Es algo que deseamos por sí mismo, igual que un científico puro o un matemático puro desean comprender el origen del universo o la teoría de conjuntos, o un músico desea resolver un problema de armonía o de contrapunto. No tenemos la mirada puesta en ninguna aplicación práctica. Buena parte de la vida se nos va en proyectos como el de criar más cerdos para comprar más tierra, de modo que podamos criar más cerdos y podamos comprar más tierra... El tiempo que nos queda, sea para la música o las matemáticas, o para leer a Platón o a Jane Austen, es un tiempo que hay que cuidar. Es el tiempo que dedicamos a mimar nuestra salud mental. Y nuestra salud mental es algo bueno en sí mismo, como la salud física. Además, también existe una retribución en términos de placer. Cuando nuestra salud física es buena, disfrutamos haciendo ejercicio físico y cuando nuestra salud mental es buena, disfrutamos ejercitando la mente. […]

Vamos pues con una respuesta de nivel medio. La reflexión es importante porque forma un continuo con la práctica: lo que pensamos sobre las cosas que hacemos influye en nuestro modo de hacerlas, o incluso en si las hacemos o no. Puede influir en nuestras investigaciones, en nuestra actitud hacia la gente que hace las cosas de un modo distinto a como las hacemos nosotros o, en fin, en el conjunto de nuestra vida. Por poner un ejemplo sencillo, si nuestras reflexiones nos llevaran a creer en una vida después de la muerte, quizás estuviéramos dispuestos a soportar ciertas persecuciones que preferiríamos evitar si nos convenciéramos —al igual que muchos filósofos— de que tal idea no tiene sentido. El fatalismo, es decir, la creencia en que el futuro está fijado de antemano, sean cuales sean nuestras acciones, es una creencia puramente filosófica, pero que es capaz de paralizar cualquier acción. […]

Consideremos algunos ejemplos comunes en Occidente. La reflexión acerca de la naturaleza humana ha llevado a mucha gente a considerar que somos esencialmente egoístas. Sólo buscamos el beneficio propio, sin preocuparnos realmente por nadie más. Un acto en apariencia desinteresado oculta la expectativa de un beneficio futuro. El paradigma dominante en las ciencias sociales es el homo economicus, el hombre económico que mira por sus intereses, en abierta competencia con los demás. Ahora bien, si la gente se convence de que todo el mundo es así, las relaciones entre las personas cambian; se vuelven menos confiadas y cooperadoras, más suspicaces. Ello influye en su forma de actuar en relación con los demás, y se traduce en diversos costes. Les resultará más difícil, y en ocasiones imposible, poner en marcha empresas conjuntas: pueden quedar atrapadas en una «guerra de todos contra todos», de acuerdo con la memorable expresión del filósofo Thomas Hobbes (1588-1679). En el mercado, su miedo a ser estafadas les hará incurrir en elevados costes de transacción. Si estoy convencido de que «un contrato verbal no vale el papel sobre el que está escrito», me veré obligado a pagar abogados para que elaboren contratos que impongan sanciones, y si no confío en que los abogados vayan a poner algo más de su parte que el mínimo indispensable para justificar el cobro de sus honorarios, tendré que hacer revisar los contratos por otros abogados, y así sucesivamente. Pero todo ello se puede basar en un error filosófico: interpretar las motivaciones humanas desde un conjunto equivocado de categorías y, por lo tanto, sin comprender su naturaleza. Puede que la gente sea capaz de preocuparse por los demás, o que al menos esté dispuesta a poner algo de su parte o a cumplir sus promesas. Tal vez si se propusiera una visión más optimista, la gente sería capaz de vivir de acuerdo con ella, en cuyo caso mejoraría su calidad de vida. Así pues, este momento de reflexión, destinado a poner en claro las categorías adecuadas para comprender las motivaciones humanas, es una tarea importante desde un punto de vista práctico. No se limita al campo de lo académico, sino que escapa de él. […]

Así pues, la respuesta de nivel medio nos recuerda que la reflexión forma un continuo con la práctica y que ésta puede cambiar para mejor o para peor en función de la validez de nuestras reflexiones. Vivimos en un determinado sistema de pensamiento, del mismo modo que vivimos en un determinado edificio, y si nuestro edificio intelectual resulta estrecho y opresivo, nos interesa saber qué otras estructuras son posibles.

La respuesta de nivel bajo se limita a sacar algo más de brillo a esta argumentación, ya no en los terrenos limpios y bien ordenados de la economía o de la física, sino abajo, en los sótanos, donde la vida humana es menos civilizada. Uno de los Caprichos de Goya lleva por título El sueño de la razón produce monstruos. Goya creía que buena parte de las locuras de la humanidad eran el resultado del «sueño de la razón». Siempre habrá gente dispuesta a decirnos qué es lo que queremos, cómo nos lo van a dar y en qué deberíamos creer. Las creencias son contagiosas, y se puede convencer a la gente de casi cualquier cosa. Estamos típicamente convencidos de que nuestra forma de hacer las cosas, nuestras creencias, nuestra religión, nuestros políticos son mejores que los de los demás, o de que los derechos que nos ha otorgado nuestro Dios están por encima de los suyos, o de que la defensa de nuestros intereses exige maniobras defensivas o ataques preventivos contra ellos. En último término, son estas ideas las que hacen que las personas se maten unas a otras. Ideas sobre cómo son los demás, o sobre quiénes somos nosotros o sobre cómo defender nuestros intereses o nuestros derechos, son las que nos llevan a la guerra, nos convierten en opresores sin sentir apenas mala conciencia o incluso hacen que nos resignemos a ser nosotros mismos los oprimidos. Cuando estas creencias van acompañadas del sueño de la razón, el único antídoto es un despertar crítico. La reflexión nos permite dar un paso atrás y tal vez reconocer cuán ciega o desviada era nuestra anterior forma de ver las cosas, o descubrir por lo menos si existen argumentos en favor de ella o si es simplemente subjetiva. Hacer esto de forma adecuada significa, una vez más, hacer ingeniería de conceptos.

La reflexión puede ser vista como algo peligroso, ya que no hay forma de saber por adelantado a dónde nos puede llevar. Siempre habrá argumentos en contra de ella. Mucha gente se siente incómoda o incluso se indigna ante las preguntas filosóficas. Algunos porque temen que sus ideas pudieran salir peor paradas de lo que desearían si empezaran a pensar sobre ellas. Otros tal vez se sientan atraídos por las llamadas «políticas de la identidad», en otras palabras, la clase de identificación con una determinada tradición o identidad de grupo, nacional o étnica, que les induce a cerrar la puerta ante cualquier extraño que venga a cuestionarla. Cualquier crítica será eliminada de un plumazo: sus valores son «inconmensurables» con los valores de los demás. Tan sólo aquellos que pertenecen a su reducido círculo pueden comprenderlos. La gente se siente cómoda cuando se retira a los senderos trillados de la tradición y no se preocupa demasiado por su estructura, sus orígenes o incluso por las críticas que puedan merecer. La reflexión abre una ancha avenida hacia la crítica, y los senderos de la tradición acostumbran a alejarse de ella. En este sentido, las ideologías se convierten en círculos cerrados, siempre a punto para responder con indignación ante la mente inquisidora.

La tradición filosófica de los últimos dos milenios ha sido enemiga de esta amable complacencia. Ha insistido en que no vale la pena vivir la vida si uno no la somete a examen. Ha insistido en el poder de la reflexión racional para eliminar los elementos negativos de nuestras prácticas, y reemplazarlos por otros más positivos. Ha identificado la autorreflexión crítica con la libertad, de acuerdo con la idea de que sólo desde una adecuada comprensión de nosotros mismos podemos controlar la dirección en la que queremos ir. Sólo cuando contemplamos con prudencia nuestra propia situación, y la contemplamos como un todo, podemos comenzar a pensar en cambiarla. Marx dijo que los filósofos anteriores se habían esforzado por comprender el mundo, cuando en realidad se trataba de transformarlo —uno de los comentarios más célebres y absurdos de todos los tiempos y del todo desmentido por su propia práctica intelectual—. Hubiera sido mejor añadir que si uno no comprende el mundo, poco sabrá cómo cambiarlo, por lo menos hacia mejor. […]

La leyenda completa de los grabados de Goya es «La imaginación, abandonada por la razón, produce monstruos imposibles: unida a ella, es la madre de las artes y la fuente de sus maravillas». Así es como deberíamos pensar.

Simon Blackburn; 
"Pensar; Una incitación a la filosofía"
(descarga el libro completo en formato .pdf)

domingo, 21 de agosto de 2011

Rasgo Encomiástico de la Filosofía



AUNQUE EL ESTUDIO DE LA FILOSOFÍA sea tan recomendable y las ventajas que de él resultan al hombre en toda la vida son de tal modo palpables que sólo podrá no sentirlas quien cerrare voluntariamente los ojos a la luz, todavía no obstante son muchos los que bien hallados con su ignorancia, o careciendo de la franqueza necesaria para confesar la superioridad que reconocen en los que han procurado instruirse, se empeñan en deprimir una ocupación tan honrosa al que la profesa, como útil a la humanidad. No pretendo yo hacer la apología de que no pudiendo ser censurado sino por ignorantes, está sólo por este hecho bastantemente defendido; semejante pretensión es tan impropia de la escasez de mis luces, como ajena de la moderación que debe caracterizar a un amante de la Filosofía, o filósofo, que es el nombre con que me honro; sin embargo, como todos debemos poner nuestra piedra en el gran edificio de la ilustración pública, haré algunas reflexiones obvias para hacer ver su importancia y necesidad. 

En efecto, ¿qué es la Filosofía? Sólo su definición es su mayor elogio. Es, dicen a una todos los sabios, el conocimiento de todas las cosas comprendidas dentro de la esfera del entendimiento humano. Y ¿cómo podrá dejar de ser útil un conocimiento tan vasto y universal? ¿Un conocimiento que según el grado en que se posea hace al hombre árbitro y señor del universo, sujetando a su poder todos los seres visibles? Sólo quien haya depuesto todos los principios de la razón natural podrá dar la respuesta negativa. 

¿Qué cosa hay tan difícil que no alcanza un verdadero filósofo? No el buen uso del raciocinio que debe acompañar al hombre desde la cuna al sepulcro, pues éste lo enseña la Lógica; ni las leyes de la naturaleza material, pues yo veo que a la voz de Newton y de Copérnico los astros describen sus órbitas sin salir un punto de los límites que les tienen fijados; que a la dirección de Colón y Vasco de Gama un débil barco engolfado en mares inmensos, tempestuosos y desconocidos, triunfa del furor de los vientos y de la braveza de las olas, descubre países inmensos y desconocidos, por cuyas riquezas y productos se ha fomentado el comercio que suaviza las costumbres, desterrando los usos bárbaros de que abundan todas las naciones aisladas. A la Filosofía se debe esta multitud innumerable de máquinas, que facilitando las operaciones de la industria y cargando a la naturaleza el trabajo que el hombre debía llevar, ha multiplicado aquellos productos que sirven para satisfacer sus necesidades proporcionándole toda clase de comodidades y los ha llevado a un grado de perfección tal, que sólo un hombre irreflexivo podrá dejar de admirar. Por medio de la Filosofía el hombre penetra las entrañas de la tierra y señala el punto fijo que debe equilibrar la pesantez de los cuerpos que la componen; ella misma lo eleva a las regiones etéreas y lo pone en estado de valuar con exactitud y precisión el volumen, masa, densidad y distancias respectivas de esos grandes cuerpos que giran sobre nuestras cabezas. Pero ¿qué suponen los esfuerzos del ingenio en la indagación de la verdad, comparados con los que se emplean en la consecución de la virtud? Pues éstos se deben igualmente al estudio de la Filosofía. Recórrase la historia de Grecia y Roma y se hallarán innumerables ejemplos de amor patrio, fortaleza, magnaminidad y desinterés debidos todos al estudio reflexivo que fomentó el amor de las virtudes. Se verá en Grecia a un Foción, un Arístides, un Sócrates y un Platón sacrificarlo todo, hasta su propia existencia, a la utilidad de sus semejantes y al amor de la patria; Roma presentará un Camilo, un Atilio Régulo, un Catón, un Bruto y un Cicerón, que quisieron antes morir sepultados en las ruinas de su patria, que sobrevivir disfrutando los honores y recompensas con que pretendía comprar el sacrificio de sus deberes el tirano vencedor… ¿Pero a dónde voy? Sería imposible hacer una enumeración exacta y cabal de las innumerables ventajas que al mundo ha procurado la Filosofía, baste decir que ella enseña el modo de indagar la verdad y de practicar la virtud. Yo, pues, convencido por estas razones del provecho personal que podía resultarme de la dedicación a ella, he impendido el tiempo de muchos años en escuchar su voz y grabar sus preceptos en lo más íntimo de mi alma.

"Rasgo Encomiástico de la Filosofía" (descarga el texto en formato .pdf)
José María Luis Mora.

Escucha el capitulo que el podscast "Ráfagas de Pensamiento" le dedicó a este texto haciendo [click aquí] (comentado por el Dr. Ernesto Priani Saisó).

También puedes descargar la versión digital “Obras sueltas de José María Luis Mora, Ciudadano mejicano” en [Google eBooks]

La filosofía como investigación (fragmento)


EN NUESTRA ÉPOCA hay una fuerte tendencia que sostiene que la investigación sólo es importante cuando está orientada al campo de la técnica, de la ciencia o cuando es aplicable en el campo del desarrollo de la sociedad. 

Se olvida que es mucho más importante la investigación en un sector que no es verificable, que no ofrece ni garantías ni posibilidades concretas de aplicación. De ahí se deriva el falso planteamiento acerca de la filosofía como algo "inútil"; la filosofía, se dice, "no sirve para nada". Es evidente que la filosofía como la poesía, la pintura o la música, como toda una serie de actividades no "sirve" para nada, no es aplicable en lo concreto. Además, la investigación filosófica no es verificable, como algunos creen, confundiéndola con una investigación de tipo empírico. 

Esto es grave, porque incluso en algunos organismos que apoyan o deberían apoyar la investigación, predominan a veces criterios de este tipo. Es en verdad preocupante que no se establezca con claridad un orden de prioridades o, por lo menos, un orden de respeto a ciertas actividades en el campo de la filosofía, del arte y de las humanidades. 

¿Por qué pensamos que la filosofía es investigación? ¿Qué quiere decir investigación? Etimológicamente, investigar tiene relación con invadir. 
Investigar es meterse en un campo extraño, distinto, ajeno. Es no aceptarlas cosas tal y como se presentan, es preguntar: ¿qué hay detrás?, ¿qué hay en el fondo? Y este es el sentido originario que nos interesa subrayar desde el punto de vista de la filosofía. 

Este sentido lo encontramos ya en las primeras preguntas filosóficas. Cuando los presocráticos empiezan a formular sus preguntas es justamente porque quieren ir más allá del mundo tal y como se nos presenta a todos, tal y como lo aceptamos todos. Tratan de ir más allá del mundo de las apariencias para explicarlo a partir de un principio, a partir de algo que, en última instancia, no se da en lo inmediato, sino que busca, pregunta, invade otros terrenos de la realidad. La investigación filosófica se define como una búsqueda, como un invadir, como un preguntar, como un ir más allá de lo establecido y aceptado. 

Pero junto a esta definición de la investigación filosófica encontramos otras dos que se han dado a lo largo de la historia del pensamiento. Me refiero a la investigación como inventario, como descripción, como colección, como observación. Este significado que predomina, quizá, en el campo de las ciencias empíricas, sobre todo en el terreno de la razón observante, como decía Hegel, cumple también una función importante para la filosofía, especialmente en algunas corrientes que pretenden avocarse a una filosofía más "científica" o más "técnica". 

El tercer sentido que nos parece fundamental es el de la investigación como invención, como creación. Es el caso, por ejemplo, de la metafísica a lo largo de la historia entera de Occidente. Se pregunta por el fundamento y, cuando no se encuentra, se "inventa" o se "crea". Y esto es lo que va a caracterizar de manera esencial toda la historia de la metafísica. Estos serían, muy brevemente, los tres significados de investigación que aparecen de una manera más o menos importante a lo largo de la historia de la filosofía. […]

[…] Ya desde Grecia, los primeros filósofos, los presocráticos, se preguntan por el principio, las causas, lo que explica, lo que puede dar razón del devenir, de la apariencia, del cambio. Se busca un fundamento. Para tratar de explicar el movimiento y el cambio, aparecen respuestas que nos hablan de la sustancia, de lo sólido, de lo que permanece. Todas las respuestas se orientan hacia algo que va más allá de la experiencia inmediata, de la vida cotidiana. Y esto lo podemos constatar no sólo en Grecia, sino en todos los grandes periodos de la historia de la filosofía occidental. Esta actitud radical del preguntar por el fundamento, de invadir otros terrenos, es lo que de alguna manera va a manifestarse en todo el desarrollo del pensamiento. 




Related Posts with Thumbnails